Desde que tengo memoria de mi misma  siempre he oído hablar de talento.

Se supone que yo lo tengo, pues desde niña cantaba, bailaba, pintaba, hacia imitaciones, actuaba en los colegios y todas las personas a mi alrededor sentían…….. yo lo percibía como algo agradable y eso me ha empujado a seguir adelante en mi camino de autorrealización.

Lo curioso de todo esto es que con los años me di cuenta de que lo que me hacia verdaderamente feliz, lo que verdaderamente hacia que me  sintiera completa y en mi lugar no era lo de ser yo la protagonista sino el de apoyar a las personas que querían descubrir y actualizar ese maravilloso don que se denomina talento.

En mi camino, muchas veces, me he cruzado con personas con un gran capital creativo que por múltiples razones se han  sentido incomprendidas, no valoradas, casi apartadas de la sociedad por ser consideradas diferentes.

A veces son personas que se dedican a desarrollar trabajos que no les satisfacen por el  miedo o la inseguridad de ponerse en juego.

La consecuencia de esto es que en la mayoría de los casos lo que deriva de su trabajo queda desconocido, escondido a veces por temer el juicio de los demás.

Y allí están los talentos, la mayoría los tenemos tan cerca de nosotros que no los vemos, son nuestros amigos, nuestros vecinos o somos nosotros mismos.

No aprovechar el talento provoca una doble perdida:

1)    perdida de la visión del valor de su don por parte de las personas.

2)    perdida de algo de gran valor para la sociedad.

Considero muy importante potenciar e integrar el talento, para que  pueda situarse donde su producción sea apreciada y valorada, ofreciendo el beneficio de la orientación hacia valores de diversidad, flexibilidad, espíritu de riesgo que retroalimentaran de forma sostenible una cultura de eficiencia, creatividad e innovación.